Confesiones de un político estoico
Abordar el tema de la virtud provoca gran entusiasmo porque justamente se enfoca en que el individuo debe obrar bien en público y en privado procurando no solo la felicidad propia, sino también la de los demás. Y es que esto, pasando por la gratitud, la justicia, la templanza, la prudencia y el aquí y ahora, van a ser soportes fundamentales del estoicismo, filosofía a la cual nos hemos de vincular en todo el trayecto de esta obra.
Resulta difícil justificar y tener aprobación de nuestros contemporáneos el asumir como prioridad el bien común bajo el lema de Marco Aurelio: “Lo que no es bueno para la colmena, no es bueno para la abeja”, sobre todo porque las corrientes de pensamiento modernas, como el existencialismo, lo cuestionan todo. Y sobre la base de que primero la existencia y luego la esencia crean un enfoque fundamentado en nuevos valores que no necesariamente serían asimilados por las tesis de Zenón de Citio, Marco Aurelio, Epicteto, Séneca, Diógenes Laercio, y otros que nos legaron una visión apegada a los principios morales, éticos, donde la sabiduría prima con la firme aspiración de tener mejores ciudadanos, alcanzar la felicidad real sin tener que dañar o cuestionar las más sublimes expresiones de bondad, siendo uno mismo siempre, y en el que tener como meta el bien de todos debería provocarnos satisfacción, serenidad y sanación del alma.