Belleza Frágil
Se suponía que Mirandah, su tía; estaba para cuidarla,
no para hacerle daño. Bajo ninguna circunstancia osaría de
hacerle algún daño a su sobrina, jamás.
Pero ¿Qué sabía Mirandah sobre hacer daño? Qué
tan cierto era aquello que había escuchado en casa de su
hermana sobre no dejarse tocar de nadie cuando su padre,
el castor le había mostrado que él solo cuidaba lo que era
suyo, que él si podía tocarla porque eso hacían los castores,
proteger a sus crías, roer con sus grandes dientes para que
nadie más pudiera tocarla. Entonces supondría que ella
también podía hacer eso con su sobrina, mostrarle con
cautela lo que por muchos años desde que apenas aprendía
a conocer la vida, su padre le había mostrado. Igual nunca
le haría daño, solo roería con sus grandes dientes como
había aprendido.
Ninguna rosa ondearía sus pétalos alrededor de ella en
su inmenso jardín, porque, así como ella lo había aprendido
desde pequeña, su sobrina conocería lo frágil que era la
belleza. Porque no toda la belleza era frágil, pero había
cierto grado de fragilidad en la belleza.